Evita, Rosario Central, y los terrenos del Gigante de Arroyito
En mayo se cumplió el centenario del nacimiento de Evita. ¿Sabemos los canayas cuánto se vinculó con el club? Mucho, se dirá: ¿o no somos un club «peronista»? Así es. Pero seguimos con cosas insólitamente invisibles.
Uno tenía conocimiento que Silvio Jou, el síndico vitalicio de Central con sus enérgicos 92 años, era un candidatazo a abordar. Corría el verano del ’98, don Silvio desayunaba en Santa Fe y Entre Ríos, y luego camino a la sede paraba un buen rato en otro boliche por Santa Fe. Lo esperé una mañanita en el primero, y tras volver a explicarle mis motivos (nos conocíamos solo por teléfono), fue como si charláramos desde siempre. Varias veces nos seguimos encontrando en los dos boliches y en la sede. Y creo que disfrutamos por igual con el Central intemporal, lejos de archirivalidades y resultadismos inmediatos y más cerca de lo entrañable y lo constitutivo de cada uno.
-¿Y Evita? Mire… -me empezó a contar una mañana.
Se refería a junio del ’51. Lo que había sido una promisoria negociación con la intendencia por el trueque de un terreno del club en Iriondo y Pellegrini por el lugar prestado frente al río, se había trabado. Está claro que se prefirió entonces y después guardar silencio sobre la corrupción que se enfrentó en el Concejo y no cargarse de enemigos y nuevas dificultades. Pero eso mismo parece ser el cono de sombra que cubrió otras diligencias.
-Estábamos con esa cuestión, y Flynn me dice: ‘Mirá hay que hacer algo. Vos que siempre vas a Buenos Aires… -yo viajaba todas las semanas por mi cargo en la Federación Agraria-, ¿por qué no hablás con Alejandro? (Alejandro Giavarini, el senador nacional, después Ministro de Trabajo y entonces presidente del bloque único peronista en el Senado, además, claro, de muy canalla). Lo fuí a ver y le expliqué.
Pucha, qué macana, me dice, y enseguida que lo dejara, que trataría de hablar con Evita. La cosa es que al rato me llama, y me dice que el jueves siguiente -era un martes- me esperaba la señora… ¡No lo podía creer!»
-Sí -le aseguró-, le expliqué bien. Le dije que Central era el club grasa de Rosario. Y me dijo: ‘Que vengan a verme’ …Imagínese.
-¡La mierda!
-Ahí nomás lo llamo a Flynn a Rosario: véngase que tenemos que hablar con Evita. Y se viene Flynn, y también Errico, el tesorero. Pero, además, como cosa mía, lo llamo también a Juan Duarte…
-¡El hermano de Evita…!
-Sí, porque éramos amigos (de cruzarse durante años en pensiones del norte de Buenos Aires y sur de Santa Fe donde Duarte correteaba café y Jou era inspector de zona de la Federación Agraria). Le digo: ‘Mirá, mañana tengo una entrevista con Evita’ Le expliqué. ‘Hacéme el favor, recomendame’. ‘Sí, me dice, quedate tranquilo.’
-¡Ja…!
-La cosa es que allá fuimos…
-¿A la Rosada?
-No, Evita tenía el despacho en el Concejo Deliberante. ¡Era un viernes a la noche…, no, un jueves…, y llovía, era un día de lluvia!
-Claro…
-Fuimos, y no bien entramos, nos dice: ‘¡A ver, quién de ustedes es el amigo de mi hermano?’ ‘Yo señora, le digo’ ‘¡Ah, pero Ud. es de la contra!’ -porque yo era de la Democracia Progresista-. ‘Mire, señora, es cierto. Pero vinimos a hablar de un tema de fútbol’ Evita se echó a reir: ‘¡Tiene razón, tiene razón…! A ver, cuentenme’ Y bueno, le dijimos que los concejales nos habían frenado y no sabíamos por qué. Ni mu por supuesto de las coimas. ‘Se pagó el sellado, todo, y hace ocho o nueve meses que está parado…’ Ahí nomás levantó el teléfono y pidió que le pasaran con el Gobernador de Santa Fe, que estaba en Buenos Aires…
-¿Quién era?
-César Caesar (gobernador entre 1949 y 1952). Pasaron diez minutos y la llama. ‘¡Escucháme cabezón! -le dice Evita, así nomás-, mirá, estoy acá con unos amigos de un club grasa de Rosario, el club Rosario Central que tiene problemas con tus concejales. ¡Vos me arreglás este asunto en tres días, o no pisás más mi despacho y voy a tener que ir yo misma a arreglarlo!‘ …Imagínese. El otro habrá dicho: ¡Cómo no, sí señora!
-¡Claro, claro!
-Mire, esa noche acá en Rosario le daban una cena al Gobernador en el club Provincial. Nosotros seguíamos allá, pero después nos enteramos que el tipo estuvo como loco buscándonos. ¿Sabe para qué? Para saber qué pasaba, de qué se trataba… Pero bueno, en cuatro o cinco días tuvimos dictamen del Concejo. ¡Se arregló todo! Después le mandamos una placa a Evita. ¡Quién sabe dónde habrá ido a parar con la revolución!
-Y dígame don Silvio, ¿a Evita ya le notaron algún signo de la enfermedad! (moriría 13 meses después).
-¡No, para nada, tenía una fuerza…!
-Ahora, otra cosa don Silvio, nosotros tampoco escrituramos Arroyito hasta el ´54…
-¡Pero lo del Concejo quedó arreglado! Se alargó porque el viejo Cordiviola había dejado esos terrenos con la condición que fueran espacios verdes. Tampoco fue fácil: hubo que ubicar las escrituras de la Municipalidad, fue un quilombo, hubo que hablar también con los parientes de Cordiviola. Llevó tiempo…
Pero lo más duro lo arregló Evita.
A la que es redundante querer definir demasiado ante su propio dicho, aquello de que: «Dónde nace una necesidad nace un derecho». Y porque para nosotros, los canayas, tampoco es poca cosa saber que el malhabido Gigante se levanta sobre cimientos infinitamente más legitimados y cargados de amor por el club grasa de Rosario.
Por Héctor Cepol