Estados Unidos: la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto

Estados Unidos: la Doctrina Monroe y el Destino Manifiesto

La doctrina que el presidente James Monroe esbozó ante el Congreso en 1823: América para los americanos, parecía entonces una fórmula meramente defensiva frente al eventual peligro representado por las monarquías de la Santa Alianza. Pero, aunque pronto cesó aquel supuesto peligro, la Doctrina Monroe se convirtió en la piedra angular de la política de los Estados Unidos para la naciente América Latina.

No dejó de advertirlo el libertador Simón Bolívar, quien en una famosa carta escrita en 1829, formuló un juicio clarividente sobre

“…los Estados Unidos, que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”

Y en efecto: unos veinte años después de Monroe, la doctrina mostró sus verdaderos alcances cuando fue ampliada y reforzada por el periodista newyorkino John Louis O’Sullivan con la tesis que postulaba la presencia de un destino manifiesto (1845), en los términos siguientes

“el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el Continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”.

Así las cosas, conociendo ya los designios de la divina Providencia, y midiendo alevosamente la incapacidad y el desorden de los gobernantes mexicanos, los Estados Unidos anexan los territorios de Texas (1845) y California (1848); y, provocados a pelear por su airada víctima, invaden México (1846), y ganan fácilmente la que sería la primera guerra Mexicano-Estadunidense, lo que les permitirá, a título de “indemnización por los daños sufridos”, apropiarse de Colorado, Arizona, Nuevo México, Nevada, Utah y porciones meridionales de los que serían los estados de Wyoming, Kansas y Oklahoma. Un total de dos millones cien mil kilómetros cuadrados: aproximadamente el 55 % del territorio mexicano originario.

El destino manifiesto constituyó una firme creencia –casi un dogma religioso- entre las élites gobernantes de Estados Unidos; y particularmente entre un gran número de sus presidentes. Por eso no nos resulta extraño que en 1856 William Walker haya ofrecido a los Estados del sur, el territorio de Centroamérica como ‘apto para la esclavitud’; y en 1880 seguía siendo común la idea de que el Caribe y Centroamérica formaban parte de una “esfera de influencia exclusiva” de ellos (léase: ‘patio trasero’); de modo que el entonces presidente Rutherford Hayes, ante la posibilidad de iniciativas canaleras en el istmo por parte de algún país europeo, estimó necesario enunciar un ‘corolario’ de la Doctrina Monroe: «…para evitar la injerencia de imperialismos extra continentales en américa, los estados unidos debían ejercer el control exclusivo sobre cualquier canal interoceánico que se construyese’.

En 1898, bajo la administración de Teodoro ‘Teddy’ Roosevelt, la explosión y hundimiento del acorazado Us Maine de la armada estadunidense, en el puerto de La Habana, precipitó la guerra con España, que terminó con la derrota de esta última y permitió a los yanquis apropiarse de Puerto Rico y las Islas Filipinas; e inmiscuirse en el proceso de independencia de Cuba, ocupando militarmente la isla e imponiendo a la naciente República, entre sus condiciones, una ‘enmienda’ constitucional (Platt) y el arriendo perpetuo de la base de Guantánamo (Tratado de 1903).

También en 1903, el gobierno Roosevelt reconoció (¡inventó!) la independencia de la ex-Provincia de Panamá con respecto a Colombia, e inmediatamente firmó con un improvisado plenipotenciario de la nueva República (el ingeniero francés Philippe Bunau-Varilla, quien nunca fue panameño) un ventajoso tratado para la concesión del canal interoceánico.

Un año después, en 1904, el mismo presidente Roosevelt formuló otro famoso ‘corolario’ de la Doctrina Monroe, el corolario Roosevelt, según el cual, si alguna de las Repúblicas Latinoamericanas “…amenazaba o ponía en peligro los derechos o propiedades de ciudadanos o empresas estadounidenses, el gobierno estadounidense estaba obligado a intervenir en los asuntos de ese país para “reordenarlo”, restableciendo los derechos y el patrimonio de su ciudadanía y sus empresas…”

Teddy Roosevelt, troglodita del siglo xx, adoptó un modelo de conducta para sus relaciones internacionales, que consistía en enarbolar un gran garrote mientras exponía sus propuestas con voz suave y lenguaje comedido. A veces sólo se escuchaba la suave voz, pero en la historia del Continente hemos sentido también, con mucha frecuencia, el garrotazo.

Doctrina Monroe y corolario Roosevelt fueron los instrumentos invocados para la emisión de la nota Knox contra el gobierno de Nicaragua en 1909; la sucesiva ocupación militar del país en 1912; el asesinato de Sandino y la instauración y protección de la dinastía somoza entre 1934 y 1979; así como la instauración y/o protección de las dictaduras de juan vicente gómez en Venezuela, jorge ubico en Guatemala, maximiliano hernández martínez en El Salvador, tiburcio carías en Honduras, rafael leonidas trujillo en República Dominicana, françois duvalier en Haití, fulgencio batista en Cuba, alfredo stroessner en Paraguay, manuel odría en Perú, laureano gómez y gustavo rojas pinilla en Colombia, augusto Pinochet en Chile, hugo banzer en Bolivia, etc.

Además tenemos que, en conjunto, unos diecisiete presidentes norteamericanos han propiciado los sucesivos derrocamientos: del presidente de Venezuela Rómulo Gallegos en 1948; del presidente de Guatemala Jacobo Arbenz en 1954; del presidente de República Dominicana Juan Bosch en 1963, seguido de la ocupación militar en 1965; del presidente de Brasil Joao Goulart en 1964, con instalación de gobierno militar que duró hasta 1985; del presidente de Bolivia Juan José Torres, en 1971; del presidente de Chile Salvador Allende en 1973, con instalación de gobierno militar que duró hasta 1990; de la presidente de Argentina Isabel Perón en 1976, con instalación de gobierno militar que duró hasta 1983; del presidente de Grenada Maurice Bishop en 1983; del presidente Hugo Chávez de Venezuela, en 2002 (golpe frustrado); del presidente Manuel Zelaya de Honduras, en 2009; del presidente Fernando Lugo de Paraguay, en 2012; la Presidente Dilma Rousseff, de Brasil, etc.

Doce presidentes latinoamericanos derrocados. ¿Cuántos presidentes estadunidenses hemos derrocado nosotros?

El cinismo y la arrogancia que acompañaron todas esas intervenciones en los países de América Latina, están respaldados en la visión imperial manifestada hace algunos años por el astronauta y senador Jesse Helms:

“…Nos encontramos en el Centro y pretendemos quedarnos en él (…) Estados Unidos deben dirigir el Mundo, portando la antorcha moral, política y militar del derecho y de la fuerza, y servir de ejemplo a todos los demás pueblos…”

(citado por ‘Le Monde Diplomatique’, junio de 2001)

 

Por Walter Antillon Montealegre