Peronismo y feminismo
Confieso que el día que me vi ante la posibilidad del camino «feminista» me dio un poco de miedo.
¿Qué podía hacer yo , humilde mujer del pueblo, allí donde otras mujeres, más preparadas que yo, habían fracasado rotundamente?
¿Caer en el ridículo? ¿Integrar el núcleo de mujeres resentidas con la mujer y con el hombre, como ha ocurrido con innumerables líderes feministas?
Ni era soltera entrada en años, ni era tan fea por otra parte como para ocupar un puesto así… que, por lo general, en el mundo, desde las feministas inglesas hasta aquí, pertenece, casi con exclusivo derecho, a las mujeres de ese tipo… mujeres cuya primera vocación debió ser indudablemente la de hombres.
¡Y así orientaron los movimientos que ellas condujeron!
Parecían estar dominadas por el despecho de no haber nacido hombres, más que por el orgullo de ser mujeres.
Creían entonces que era una desgracia ser mujeres… Resentidas con las mujeres porque no querían dejar de serlo y resentidas con los hombres porque no las dejaban ser como ellos, las «feministas», la inmensa mayoría de las feministas del mundo en cuanto me es conocido, constituían una rara especie de mujeres… ¡que no me pareció nunca mujer!
Y yo no me sentía muy dispuesta a parecerme a ellas.
Un día el General me dio la explicación que yo necesitaba.
«- ¿No ves que ellas han errado el camino? Quieren ser hombres. Es como para salvar a los obreros yo los hubiese querido ser oligarcas. Me hubiese quedado sin obreros. Y creo que no hubiese podido mejorar en nada a la oligarquía. No ves que esa clase de «feministas» reniega de la mujer. Algunas ni siquiera se pintan… porque eso, según ellas es propio de mujeres. ¿No ves que quieren ser hombres? Y si lo que necesita el mundo es un movimiento político y social de mujeres… ¡qué poco va a ganar el mundo si las mujeres quieren salvarlo imitándonos a los hombres! Nosotros ya hemos hecho solos, demasiadas cosas raras y hemos embrollado todo, de tal manera, que no sé si se podrá arreglar de nuevo al mundo. Tal vez la mujer pueda salvarnos a condición de que no nos imite.»
Yo recuerdo bien aquella lección del General.
Nunca me pareció tan claro y tan luminoso su pensamiento.
Eso era lo que yo sentía.
Sentía que el movimiento femenino en mi país y en todo el mundo tenía que cumplir una función sublime… y todo cuanto yo conocía del feminismo me parecía ridículo. Es que, no conducido por mujeres sino por «eso» que aspirando a ser hombre dejaba de ser mujer ¡y no era nada!, el feminismo había dado el paso que va de lo sublime a lo ridículo.
¡Y ese es el paso que trato de no dar jamás!
– Eva Perón –