La biblia y el calefón en la huelga de inquilinos de 1907
El año 1907 se vió convulsionado en la capital argentina por la huelga de los inquilinos de conventillos, esquilmados por sus dueños por un lado y explotados en trabajo a destajo diariamente por míseras monedas.
Esos inmigrantes huelguistas fueron los que adoquinaron casi toda Buenos Aires tenía sólo calles de tierra, y el lodazal no permitía ningún tránsito.
También fueron aquellos inquilinos los que construyeron todos los edificios de la Av. de Mayo con estilo español pero levantados por italianos, construyeron los astilleros y los barcos cuando fabricábamos barcos. Y demás construcciones que cambiaron la fisonomía de la ciudad y el país, como el tendido de los cables de alta y media tensión eléctrica que hoy son las bases de lo que nos ilumina. Fueron también los que construyeron los hospitales y trabajaron mayormente en ellos como enfermeros, camilleros y auxiliares.
Eran personas de familia que se desesperaban por no poder llevar comida a sus hijos a pesar de las horas trabajadas diariamente, comiendo banana con pan todo el día, unas habas crudas o unos lupines. Pero lo que pagaban por vivir en esos conventillos era realmente un robo, familias enteras hacinadas en habitaciones sin los más mínimos servicios. No tenían papel ya que era caro, pero como las Biblias las regalaban, terminaban en el baño común junto al calefón. La Biblia y el calefón fué real y un síntoma de época.
Esos laburantes organizados por los anarquistas, son los que el demente jefe de policía de la ciudad, Ramón Falcón, reprimía y asesinaba mientras campeaban los robos y la mafia, y la fiebre y la peste hacía estragos en todas las clases sociales.
Y, claro el Partido Socialista a través de su periódico La Vanguardia condenaba de acuerdo a los preceptos de la oligarquía “Ha sido un estallido instintivo, irreflexivo, incoherente y desordenado…de una gran parte de nuestra población obrera, que para remediar el mal, no encontró mejor remedio que el de no pagar los alquileres. Mal remedio, por cierto”.
La biblia y el calefón decía Discepolín.