La gran mentira del libertador apolítico
Cuenta Felipe Pigna que en octubre de 1812, la Logia decidió participar en las elecciones que debían definir un reemplazante definitivo de Sarratea. El candidato de los “hermanos” no podía ser más irritativo para el gobierno: Monteagudo, que para colmo llevaba las de ganar. El Triunvirato, en un anticipo escandaloso de los tiempos fraudulentos, anuló la elección y pretendió poner “a dedo” a su propio candidato. Para completar el clima antigubernamental, por esos días llegó a Buenos Aires la noticia de que Belgrano, en contra de las órdenes recibidas, había decidido presentar batalla a los realistas en Tucumán y había logrado la mayor victoria militar obtenida por los patriotas hasta ese momento. Así las cosas, el 8 de octubre, San Martín llevó a sus granaderos hasta la Plaza de la Victoria (la parte de la actual Plaza de Mayo frente a la Casa Rosada), actuando de manera coordinada con otras unidades militares sumadas al movimiento. Su reclamo era claro: la renuncia de los triunviros. Es muy significativo el texto del manifiesto que dieron a conocer los líderes del movimiento, en cuya redacción tuvo activa participación San Martín. Su frase final convendría ponerla en lugar bien visible en todas las unidades militares argentinas. Decía que se habían movilizado para “proteger la voluntad del pueblo” y para que quedase en claro “que no siempre están las tropas, como regularmente se piensa, para sostener los gobiernos y autorizar la tiranía”.
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