Don Eusebio de la Santa Federación, Rosas y los bonoleros piratas
Durante la tensión de la Confederación con la potencias extranjeras, Rosas invitó a Palermo a los “bonoleros” para anunciarles que reanudaría el pago de cuotas de la deuda contraída por Rivadavia por el empréstito Baring. Invitados a la residencia de San Benito, Rosas les anunció formalmente con cortesía:
– ¡Adelante, adelante! Tomen asiento por favor, son bienvenidos a esta casa.
Los representantes ingleses tomaron asiento:
– Vamos a ir al grano directamente –les anunció Rosas- Los he citado en su carácter de representantes del Río de La Plata de los tenedores de bonos correspondientes al empréstito británico, es decir los “bonoleros”.
– “Bonehorders, señor Gobernador” –le observó un representante- pero Rosas, haciendo caso omiso a la observación continuó:
– De aquí en más la Confederación Argentina, cuya jefatura ejerzo con la aprobación de todas las provincias que la componen, comenzará a pagar a todo “bonolero” sus intereses correspondientes y que por distintos motivos no habían podido cobrar hasta la fecha.
Ante el murmullo de los representantes, se escuchó decir a uno:
– Nos alegramos enormemente por la decisión y se lo agradecemos, señor Gobernador.
– ¿Agradecer? Por favor caballeros, yo soy quien en nombre de gobierno argentino debo pedirles disculpas por la demora en dar satisfacción a reclamos tan justos como los vuestros, pero ya lo dice el refrán: “más vale que nunca”.
Entonces Rosas tose, y como habían acordado previamente con Manuelita, se abre la puerta y entran los bufones. Biguá corre a Eusebio con un revolver de madera:
– Pero…¿quién les ha dado permiso para entrar en mi despacho –fingiendo sorpresa y disgusto- Caballeros, les ruego disculpen la intromisión.
– ¡Dame todos los Patacones que llevás encima, gaucho atorrante! –le dice a Eusebio Biguá, imitando el acento gringo.
– Si, mister, tome, esto es lo único que tengo – dice Eusebio fingiendo estar asustado, y ofreciendo unas piedritas por monedas.
– No me alcanzan, necesito más –amenazando a Eusebio con el revolver de madera- ¡Arriba las manos y entrégueme todos los patacones, gaucho apestoso!
– Pero míster, si usted me acaba de robar, no tengo nada para darle…
– ¿Y entonces como hacemos? – ambos fingen pensar.
– Ya se –dice Eusebio- tengo una idea. Déme su revolver, y yo robo a otro, así usted me puede robar a mi. ¿De acuerdo?
Biguá entrega el revolver y Eusebio se dirige a uno de los “bonoleros” y apuntándole con el arma:
– Arriba las manos, míster, entrégueme todas sus monedas.
Rosas ríe festejando la actuación y los hace retirar con un ademán, mientras los representantes sorprendidos se mantenían serios.
– Sepan disculpar a estos entrometidos.
– ¿Desde cuando comenzará a aplicarse la medida? –pregunta un ingles.
– Desde hoy mismo, de manera que ya mañana podrán pasar por la Tesorería Nacional a cobrar los intereses de sus representados.
– Hoy, sin tardanza, escribiremos a Londres comunicando la buena nueva –dice eufórico uno de los representantes.
Rosas entonces se despide, dando por terminada la reunión:
– Muy bien, señores, asuntos de Estado reclaman mi atención, de manera que me veo obligado a despedirme de ustedes. Si lo desean, mi hija Manuelita tendrá mucho gusto de en enseñarles los jardines de esta casa.
Los bonoleros se despiden satisfechos, y cuando están por salir, Rosas los detiene:
– Ah, caballeros, olvidaba decirles algo: nuestra voluntad de pagar dichos intereses es tan férrea que solo podrá alterare por causas de fuerza mayor.
– ¿Qué causas, por ejemplo? –pregunta intrigado un representante.
– No tienen porque preocuparse –acota Rosas- porque deberían producirse circunstancias altamente improbables; por ejemplo una intervención extranjera en contra de nuestro país.
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