Cátulo y la profecía
Cátulo González Castillo fue uno de los más grandes poetas que nos dio el tango y además de sus letras nos dejó como inspirado compositor junto a varios poetas, entre otros Homero Manzi y Sebastián Piana, obras tangueras tan fundamentales como “Viejo ciego” o “Silbando”. También practicó boxeo llegando a las mismas puertas de los juegos olímpicos con el título de campeón argentino de pesos pluma.
Pero hubo en su vida un hecho que lo acompañó durante años condicionando su existencia y que solo conocía su familia y acaso un entorno reducido de amigos.
En cierta oportunidad, coincidió la actuación de Cátulo, con un espectáculo donde un vidente, realizaba juegos de adivinación, tarot y lectura de manos, por supuesto a cambio de una módica contribución metálica, pronosticando el acontecer del futuro inmediato.
Un poco en serio y mucho en broma, Cátulo Castillo, se prestó a la consulta, tal vez con la idea de tener un tema para una letra de tango, como “La última copa”, “Desencuentro” o “El último café”.
Cuando estuvo ante el adivino, se sintió inquieto. Y a poco de comenzar a conversar, el malestar parecía contagiar al augur. Éste sorbió agua de una copa y tratando de recuperarse comenzó a armar un rosario de acontecimientos futuros, sin demasiada consistencia que, alarmó más a Cátulo Castillo, quien, un poco arrepentido de haber acudido a la consulta e interpretando lo que iba escuchando como totalmente ambiguo, comprendió que era tarde para volverse atrás. Pero un impulso hizo que se levantara violentamente de la silla, para huir de ese juego al que tontamente se había prestado.
No lo hizo y aferrándose de la mesa redonda con ambas manos, con voz no demasiado firme, preguntó:”¿Qué pasa? Dígame que pasa…” El vidente no muy convincente, le dijo que se calmara, que al final todo era un juego…No lo convenció a Cátulo, quien insistió, para que le dijera que ocurría. Luego de negativas y otras evasivas, ante la insistencia, llegó la respuesta.
“Hay momentos en que esto, que tomamos con ligereza, se convierte en mensajes que nos llegan y que no debemos trasladar a la gente. Hechos graves, momentos angustiosos, que surgen en las entrevistas. La gente viene a que le digamos de un futuro auspicioso…”
Luego de un gran rodeo que impacientaba a Cátulo Castillo, le dio la peor certeza, había visualizado la fecha de su muerte.
Cátulo Castillo, conmocionado, volvió a su hogar y luego de un corto tiempo, confesó a los suyos, que habían comenzado a preocuparse por sus procedimientos erráticos, la terrible novedad. Llegaron las palabras de descrédito para esos vaticinios, tratando de contrarrestar el convencimiento de Cátulo. Se apeló a la incredulidad con que debían tomarse tales brujerías. Incluso se cree que hubo alguna voz que pretendió hacer una denuncia policial. Todo fue inútil.
Cátulo Castillo, vio a un joyero y le encargó una gruesa cadena con un medallón donde le hizo grabar la fecha pronosticada.
Pasó el tiempo, las actividades de todos parecieron olvidar el hecho. Cátulo Castillo continuó con su creación tanguera, con esa amenaza que como lo sacudía de continuo Y el tiempo inexorable pasó…
En la víspera de la fecha prevista, trató de mantener la calma para no alarmar a sus seres queridos.
Cuando bien entrada la madrugada, se acostó no pudo conciliar el sueño hasta un buen rato después…
El día indicado, Cátulo, se levantó muy temprano y antes ir al baño, fue a revisar el almanaque de taco de la cocina. El día había llegado, pero él seguía vivo. Alegre despertó a toda la familia, que participaron de su alborozo Cátulo Castillo, salió a caminar, como todas las mañanas, vio la primavera en todo su esplendor, le pareció que el sol iluminaba más que nunca el verde de las plazas y el azul límpido del cielo apenas cruzado por unas pequeñas nubes.
Se sentía liberado, liviano de esa mochila que soportaba desde hacía tanto tiempo. Y continuó aspirando el aire fresco y primaveral que vivificaba sus pulmones.
Ese mediodía, el almuerzo fue un festejo general, un agradecimiento al equívoco, un alivio que recorría todos los rincones de la casa.
Luego la siesta reparadora, para estar dispuesto por la noche, a la actuación, en la mesa de los amigos del café, o simplemente, recorrer a la Reina del Plata, iluminada por doquier.
A media tarde, su mujer fue a despertarlo con un mate.
Estaba muerto.
Sobre su pecho colgaba la pesada cadena con la medalla que tenía tallada la fecha de ese día: 19 de octubre de 1975.
Contado por El Ortiba