Deuda externa y estructura productiva dependiente

Deuda externa y estructura productiva dependiente

Tener deuda externa ya no es lo que era.

Medio siglo atrás, los componentes centrales de la deuda externa de un país como la Argentina, se vinculaban con la financiación de obras públicas muy grandes o con saldos comerciales bilaterales, consolidados de Estado a Estado.

Progresivamente, creció la necesidad de financiar los giros de utilidades y regalías de corporaciones multinacionales; la compra de insumos y maquinarias requeridos por esas mismas corporaciones, con poca integración productiva local; la inclinación de los residentes a ahorrar en divisas; la vocación de esos mismos compatriotas por tomar vacaciones en el exterior; además de la fuga de excedentes empresarios hacia países que no preguntan el origen de los fondos ni molestan con impuestos.

Todo eso sin imprimir un solo dólar. Con el producido de las exportaciones y de las inversiones productivas externas que pudiéramos seducir. Si eso no alcanzaba – casi siempre – se necesitó reforzar con capitales con interés financiero puro, de corto o mediano plazo, aún a riesgo de armar bicicletas de pase entre la moneda local y las divisas.

La complejidad de esos escenarios, incentivada por los componentes mezquinos y avaros en varios de los flancos, derivó en una espiral sobrecogedora. La restricción externa, así llamada, pasó a ocupar el centro de la escena.

En este universo, a su vez, hay espacios diferenciables, ya que participan desde fondos de pensión de las más diversas profesiones del mundo central, hasta los llamados fondos buitres, siempre listos a comprar por monedas bonos de dudosa cobrabilidad y volcar todo el tiempo y la presión legal imaginables, para acceder a fabulosas ganancias usureras.

Buscar la independencia económica, en tal marco, es un objetivo diferente del que planteó Juan Domingo Perón en 1946, al comprar los ferrocarriles o los teléfonos o las usinas a empresas extranjeras.
Incluye conseguir autonomía nacional en las exportaciones de granos y carnes; en casi toda la producción industrial; en el sistema bancario y financiero; con dependencias más barrocas y entrelazadas que las de hace 70 años. Enorme tarea.

Pero diría que sobre eso y ante todo, implica sacarse de encima los usureros y toda posibilidad de su influencia a futuro.

La experiencia de lidiar con los fondos buitres durante la gestión de Cristina Kirchner sienta un precedente valioso, porque se llevó el debate a foros internacionales, con resultados que al menos definieron un marco político intelectualmente agresivo y que se podía profundizar. Tal vez, se subvalora la gravedad del renunciamiento cómplice apenas iniciado el gobierno de Mauricio Macri, en lo que fue colocarse del otro lado del mostrador por completo.

En esta instancia mundial, donde las guerras comerciales se extienden desde las comunicaciones al petróleo, con efectos colaterales sobre varios de los productos argentinos que se exportan, como la soja o los minerales, sin que los países periféricos tengan posibilidad de interferir el curso de los acontecimientos, aparece una oportunidad de volver a la carga sobre la necesidad de eliminar la usura en las finanzas internacionales.

La supremacía del acreedor sobre el deudor es una doctrina no escrita, tan vieja como el capitalismo. Pero se basa sobre la buena fe de ambas partes. No imagina escenarios en que las fuentes de ingresos del deudor son afectadas por maniobras globales, en que parte de los acreedores participan, convirtiendo las obligaciones del préstamo en una quimera.

La caída del precio del petróleo a 30 usd/barril, en tiempos que pronosticadores serios estimaron hace pocos años que deberían ser de niveles de precios mucho mayores; la especulación sobre el precio de la soja o del cobre, que quedan vinculados a aquel casino de manera insólita; deberían ser suficiente argumento para fundamentar la imprevisibilidad, que impide el pago en tiempo y forma, en tiempos donde las tasas de interés se acercan a cero por inexistencia de tomadores de deuda.

El resto de los deberes

Me he extendido más de lo deseado sobre la vocación de sacarnos de la garganta la presión financiera. En realidad, lo central es lo que sigue. Para que esa meta se convierta en objetivo permanente, el punto a sostener y discutir es qué proyecto social y productivo lo respalda.

Ese proyecto será independiente si y solo si, luego de la cuestión financiera externa, se encaran los otros componentes de la estructura económica que antes se mencionaron: producción, comercio interno e internacional de los bienes fundamentales, servicios bancarios y financieros locales.

Tan absorbente ha sido el campo de la restricción externa, que se ha terminado creyendo que si se ordenara ese frente, la justicia social y el progreso general estarían apenas cruzando un arroyo.

No es así. Si ordenamos el foco de nuestra mirada, pasaremos rápidamente a advertir que en la estructura económica actual hay una parte importante de las causas de tanta restricción externa.

Los ferrocarriles no se volvieron a vender, simplemente casi se destruyeron por completo. La tecnología de las comunicaciones dejó atrás a la telefonía fija, pero creó una dependencia de un puñado de firmas globales, con una sangría de miles de millones de usd anuales solo en renovación de celulares. Esto por comparar con aquella épica, pero no termina allí.

Debemos sumar al cuadro la industria, controlada de manera generalizada por corporaciones multinacionales, desde los autos con apenas 25% de integración nacional, pasando hasta por los pañales o el detergente doméstico, o casi todo rubro imaginable.

La producción agropecuaria, donde se cedió el control y la iniciativa tecnológica a una multinacional, mientras se mantiene la histórica dependencia de otro pequeño grupo en materia de exportaciones, con puertos propios, triangulaciones y todo tipo de posibilidades de elusión y evasión. El chacarero tipo actual es mero engranaje de una red global, que culturalmente lo hace sentir socio en una puja distributiva con el resto de la sociedad, comandada por un Estado “agresor”.

La minería, ingresada al escenario hace pocas décadas, sin ningún pudor acotada a las primeras etapas extractivas, exportando minerales en bruto e importando masivamente los metales elaborados, dentro de la lógica de cárteles internacionales.

El comercio minorista, el sistema financiero, hasta los estudios de asesoramiento legal o la medicina prepaga, con presencias relevantes y en muchos casos controlantes, de intereses que están detrás de hacer negocio y del giro de dinero al exterior, antes que en la atención de necesidades colectivas.

El grado de desnacionalización de la estructura productiva es muy superior al de hace 70 años y condiciona cuantitativa y cualitativamente no solo la liberación de la restricción externa, sino la posibilidad de mejorar por elección propia el perfil productivo futuro.

Debería sorprendernos la ausencia casi absoluta de diagnósticos estructurales y propuestas de su corrección.

Se instala en el imaginario colectivo que si no tuviéramos el peso de la deuda externa, todo sería cuestión de gestionar prolijamente. Como ese peso siempre está, sea porque los buitres carroñean o porque agentes directos de los acreedores logran controlar el gobierno, como sucedió entre 2016 y 2019, el trasfondo estructural que causa la debilidad externa queda oculto detrás de la hegemonía de las finanzas. Las diferencias de forma con el país colonial de la posguerra en 1945 son notorias. Pero el fondo es notablemente similar.

Si no recuperamos la capacidad técnica y política de ordenar y proyectar nuestro agro, nuestra industria, nuestras comunicaciones, nuestras finanzas, seguiremos discutiendo la deuda externa y a la vez tratando de parchar la brecha más y más dura que condena a los excluidos, a depender del subsidio público, en proporciones crecientes.

Las tres banderas siguen esperando.

– Enrique Martínez –

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